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8 de julio de 2017Madrid ha sido durante los últimos días una explosión de colorido y fiesta. El World Pride celebrado en la capital de España se ha convertido en la percha perfecta para celebrar con sandalias y ropa ligera la llegada del verano, pero además ha puesto de manifiesto que los llamados derechos LGTBI se imponen como un hecho consumado en nuestras sociedades. Más allá de las consideraciones estéticas que ofrezcan algunas carrozas y exhibiciones, lo cierto es que estos derechos están ya en la agenda de cualquier partido político con posibilidades de tener alguna cuota de representación. Mucho se ha avanzado en los últimos cuarenta años. Sin embargo, todavía quedan rastros de homofobia dura, violenta y cruel que ahora se esconde, acomplejada, en el chiste fácil y soez, en la manipulación de las imágenes que se pueden ver en celebraciones como el World Pride porque no hay duda que si se busca esa foto se termina encontrando, o las argumentaciones simplonas en las que se coloca la reivindicación de los derechos sexuales en el mismo saco que aberraciones de la naturaleza humana que, por otra parte, se producen indistintamente entre heterosexuales como en homosexuales. La homofobia existe y vive agazapada en argumentos de nivel ínfimo que causan vergüenza a la mayoría de las personas que siendo heterosexuales nos hemos educado en esos esquemas tradicionales que se dicen defender.
Pero la celebración del Orgullo Gay se ha convertido ya en una pura fiesta y en un puro negocio, perdiendo a veces de vista que se trata de la reivindicación de una opción sexual acostumbrada al ostracismo y a la represión Hoy el colectivo LGTB es un movimiento popular cuya pujanza está siendo aprovechada por las multinacionales para engordar su cuenta de resultados. Sin embargo, lo realmente importante y definitivo es que ya no es posible un proyecto de país sin contar con este movimiento. La historia avanza, y no repara ni se para en las cavernas. No hay vuelta de hoja. Lo que necesitamos son personas que, con independencia de su orientación sexual, tengan sentido del bien colectivo en cuestiones como el país o la familia, sea esta tradicional o no. Es decir, el patriotismo y el sentido familiar no tienen opción sexual.
En ciudades como Toledo, de natural conservadora, asociaciones como Bolo-Bolo llevan ya desde el principio de este milenio que comenzó en el 2000 rompiendo todos los hielo. Se congregan en la céntrica plaza de Zocodover, recorren la calle del Comercio con tambores y banderas arco iris. Y algún año les he visto mezclando en la fiesta alguna que otra bandera de España, lo que es una idea con fondo y alcance porque España ha dado historicamente sus notas más altas cuando ha sido un gran proyecto de integración. Y ahora es el momento de integrar opciones sexuales y modelos de familia. No todo vale a la hora de considerar familia a cualquier grupo, pero es absurdo pensar que los defectos van siempre del mismo lado cuando lo cierto es que hay niños y niñas que se educan en familias tradicionales absolutamente desestructuradas y otros/as que lo hacen en entornos afectivos singulares pero también modélicos. Lo que hace falta es reivindicar a la familia, sea esta tradicional o no.
Todo esto no oculta que dentro de la reivindicación del Orgullo Gay hay desmesuras con las que no se identifican un buen numero de homosexuales pero sin el impacto que suponen posiblemente no hubiera sido posible el rápido avance de los derechos de las personas homosexuales que todavía en muchos países son reprimidas y hasta condenadas a muerte. Lo que hemos comprobado en el World Pride de Madrid es que las grandes empresas han visto que la fiesta es un filón y una oportunidad de negocio de magnitud colosal, y eso a la larga puede desdibujar el objetivo inicial de la justa reivindicación mucho más que las extravagancias de algunas carrozas. La fiesta, en cualquier caso, ha sido un chute de vida en los inicios de este verano.
Artículo publicado en Promecal-La Tribuna de Castilla-La Mancha